En su libro "El Caso Ben Barka. El fin de los secretos", que se publicará el 29 de octubre en Grasset, Stephen Smith y Ronen Bergman revelan documentos inéditos que implican al Mossad en el secuestro y desaparición de Mehdi Ben Barka en 1965. La historia de un secreto de Estado que ha envenenado durante décadas las relaciones entre París y Rabat: un escándalo antiguo, pero nunca realmente resuelto. En «L'Affaire Ben Barka. La fin des secrets» (Grasset), que se publicará el 29 de octubre, los periodistas Stephen Smith y Ronen Bergman revelan documentos y testimonios inéditos que detallan la implicación del Mossad «de principio a fin» en el secuestro y desaparición de Mehdi Ben Barka, ocurrido en París en octubre de 1965. El caso Ben Barka —secuestrado frente a la brasserie Lipp el 29 de octubre de 1965 y nunca hallado— ha involucrado durante mucho tiempo a los servicios de seguridad marroquíes, redes criminales y complicidades francesas. Este libro de 576 páginas busca ser la reconstrucción más completa hasta la fecha: amplía, desarrolla y complementa elementos ya conocidos, al tiempo que publica nuevos intercambios e informes provenientes de archivos confidenciales, según los autores. Los extractos presentados aquí describen, minuto a minuto, la logística detrás de la eliminación y desaparición del cuerpo del líder tercermundista. El 2 de noviembre de 1965, un agente del Mossad, bajo el seudónimo «Atar», compra discretamente herramientas y productos corrosivos en París —palas recortadas, lámpara, destornillador y quince paquetes de hidróxido de sodio— y los deposita en un escondite alquilado en Saint-Cloud, utilizado como depósito por hombres del Cab 1, una unidad de la seguridad marroquí. Ahmed Dlimi y Rafi Eitan al mando El relato muestra una estrecha coordinación entre agentes israelíes y responsables marroquíes. El subdirector de la seguridad marroquí, Ahmed Dlimi (nombre en clave «Albert»), expone el plan: hacer creer a los franceses que se trata de un repatriamiento, despedir a los guardianes y actuar con total libertad. Los israelíes proponen opciones —servir de guía, conducir o dejar que un taxi haga el reconocimiento— y afinan los detalles prácticos: limpieza de un coche de alquiler, elección de un lugar de entierro, modo de operación para cavar una fosa. El pasaje más escalofriante de los extractos recoge el testimonio de Dlimi, quien cuenta que Ben Barka habría sido puesto en la bañera y mantenido bajo el agua «durante tres minutos». «Lo ahogaron en la bañera», dice, antes de añadir, según los autores, que se habría tomado una fotografía para probar, «en el país», que el asunto estaba cerrado. Rafi Eitan, figura del espionaje israelí, está presente en los intercambios y discute luego sobre los «métodos» —ahogamiento versus veneno— mencionando incluso la llegada de un producto tóxico en un vuelo de El Al. Más que un simple episodio diplomático, este escándalo ilustra las intrincadas y opacas relaciones entre París, Rabat y Tel Aviv, donde se entrelazan espionaje, intereses políticos y estrategias de influencia.