El vicepresidente del Centro Marroquí para la Diplomacia Paralela y el Diálogo de Civilizaciones (CMDPDC), Mohamed Elghet Malainine, cuestiona la pertenencia a la nación desde el punto de vista de los derechos culturales. Al analizar los vínculos del Estado con la cultura hassaní en Marruecos y Argelia, el especialista destaca un paradoja y una problemática multidimensional, que encuentran ambos su eco en el debate jurídico universal sobre el tema. Así, desarrolla la idea de que la diversidad cultural se convierte en un motor eficaz de progreso e inclusión, cuando una nación se basa en un principio fundamental: representar a todas sus componentes. En los conflictos prolongados, las batallas no se libran solo con armas o en tribunales, sino también en el frente de la identidad y la cultura. Uno de los aspectos más reveladores del conflicto en torno al Sáhara marroquí es el marcado contraste entre las aproximaciones de Marruecos y Argelia hacia la cultura hassanía. Mientras que Marruecos la ha integrado como un componente oficial de su identidad nacional diversa, Argelia sigue confinándola en una especie de «gueto cultural» en los campamentos de Tinduf, donde la identidad se convierte en un instrumento político que no puede integrarse naturalmente en la nación. Los derechos culturales como indicador de legitimidad Los derechos culturales son un indicador clave del compromiso de los Estados con las convenciones internacionales sobre derechos humanos. Representan el reconocimiento del derecho de los individuos y las comunidades a expresar su cultura, utilizar su lengua, preservar su patrimonio inmaterial y participar en la vida cultural en igualdad de condiciones. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) afirma este derecho en su artículo 15. La Convención de la UNESCO sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales (2005) lo consolidó. En este contexto, la capacidad de los grupos para ejercer libremente su cultura se convierte en un criterio fundamental para comprender la relación entre el Estado y sus ciudadanos. Cuanto más inclusiva y pluralista sea una política cultural, más reflejará una legitimidad profunda y un sentimiento de pertenencia compartido. Por el contrario, la negación o politización de los componentes culturales genera fragilidad social y tendencias a la marginación, e incluso a la secesión en algunos contextos. Marruecos: del reconocimiento constitucional a las políticas públicas Desde principios de los años 2000, Marruecos ha emprendido un giro estratégico hacia el reconocimiento de su diversidad cultural. Este proceso culminó con la Constitución de 2011, cuyo artículo 5 afirma claramente que «la identidad marroquí es una y rica en la pluralidad de sus afluentes», entre los cuales se encuentra el afluente hassaní. Este reconocimiento no se ha quedado solo en el papel. Se ha traducido en políticas concretas como: * La integración de la cultura y lengua hassaníes en los medios públicos; * La financiación de programas universitarios e investigaciones sobre la historia y el patrimonio hassaní; * La organización de festivales culturales y artísticos que valoran la especificidad sahariana; * El apoyo a la producción cultural local en las provincias del sur; * La adopción de normas constitucionales para la protección del pluralismo lingüístico. Aunque la introducción del hassaní en los programas escolares aún está en sus inicios, la voluntad política mostrada indica un futuro prometedor para este componente cultural, considerado parte integral del proyecto nacional. Argelia: marginación interna, instrumentalización externa Por el contrario, Argelia nunca ha otorgado a su propia componente hassanía —principalmente concentrada en el suroeste del país, alrededor de Tinduf— el reconocimiento oficial que reclama en nombre de los saharauis de Marruecos. Esta actitud paradójica se manifiesta en una política de doble discurso: mientras defiende el «derecho a la autodeterminación» para los saharauis de Marruecos, niega a sus propios ciudadanos de cultura hassanía el derecho a expresarse libremente. No existen programas culturales dedicados a la cultura hassanía en Argelia, ni reconocimiento oficial de su lengua, ni valorización de sus símbolos. Los habitantes de estas regiones son incentivados —a veces obligados— a asimilarse al modelo cultural dominante del Estado o, en su defecto, a declararse como «refugiados» en los campamentos de Tinduf, reproduciendo así una forma de «refugiamiento cultural forzado» dentro de su propio país.