El Consejo de Seguridad de la ONU ha decidido: el plan de autonomía marroquí es ahora la referencia oficial para resolver la disputa del Sahara. Un triunfo diplomático significativo para Rabat, en vísperas del 50º aniversario de la Marcha Verde, que reconfigura el panorama regional, aísla al Polisario y coloca a Argel ante una decisión estratégica: aferrarse a un frente que pierde impulso o iniciar, bajo presión estadounidense, el camino hacia una paz pragmática. El 31 de octubre de 2025 quedará marcado como una fecha crucial en el expediente del Sáhara: el Consejo de Seguridad aprobó una resolución —impulsada por Estados Unidos— que coloca el plan de autonomía marroquí en el centro del marco de negociación, con 11 votos a favor y 3 abstenciones. Un hecho político significativo: ni Moscú ni Pekín ejercieron su derecho a veto, mientras que Argelia, manteniéndose fiel a su compleja postura diplomática, se abstuvo de votar. Este resultado no es una victoria simbólica aislada; refleja el verdadero equilibrio de poder en la escena internacional y marca una nueva normalización del discurso diplomático en torno a la «solución» marroquí. En el ámbito geopolítico, la influencia de Estados Unidos se hace sentir con fuerza. Washington ha conseguido centrar la hoja de ruta marroquí en un texto de la ONU e imponer que las negociaciones se desarrollen —al menos formalmente— «sin condiciones previas» y bajo mediaciones que favorecen el marco propuesto por Rabat. Esto no significa que todo esté resuelto de repente: la diplomacia sigue siendo un arte lento, tejido de concesiones e intereses contradictorios. Sin embargo, el reposicionamiento —visible y deliberado— de las grandes potencias cambia las reglas del juego: lo que antes era un conflicto regional, poco a poco se aborda con enfoques internacionales que benefician a Marruecos. Marruecos consolida su legitimidad, el Polisario se aísla Para Marruecos, el impacto es triple y concreto. En primer lugar, un reconocimiento político reforzado de la validez de su iniciativa de autonomía, ahora considerada por el Consejo como una base seria y creíble para la negociación. En segundo lugar, una legitimación mediática y diplomática que transformará el espacio de las negociaciones: el Reino pasa de defender una posición nacional a ser un actor central que presenta la solución más creíble y seria para el conflicto. Finalmente, en el plano interno y simbólico —a pocos días del quincuagésimo aniversario de la Marcha Verde— esta resolución consagra una victoria narrativa que refuerza la unidad nacional y el relato de un Estado capaz de imponer su hoja de ruta. En el otro extremo de la mesa, el Polisario rechazó la resolución —un gesto lógico pero ahora cada vez más costoso en términos diplomáticos y políticos. Estar a la sombra de las grandes potencias y de los cálculos estatales debilita su capacidad para exigir un referéndum, como ha reclamado durante décadas. El texto adoptado lo margina, y la reacción desde Tinduf refleja el creciente aislamiento de un actor que, en lugar de hacer retroceder a las potencias, corre el riesgo de convertirse en un daño colateral de las nuevas alianzas. Queda la pregunta en el aire: ¿abandonará Argelia al Polisario? Es difícil responder con certeza, pero algunos signos son claros. La actitud cautelosa del representante argelino este año frente a Estados Unidos, y la ausencia de confrontación directa en el Consejo, dicen mucho: Argelia juega al equilibrio. Una ruptura clara tendría graves consecuencias internas para el régimen argelino; una reorientación pragmática, en cambio, es creíble si la presión estadounidense (y los intereses estratégicos regionales) hacen que mantener un apoyo inquebrantable al Polisario sea demasiado costoso. En otras palabras: el abandono del Polisario no es automático, pero hoy es plausible —y es esta plausibilidad la que hace que esta resolución sea peligrosa para quienes aún buscan mantener el conflicto. Entre Argel y Rabat, la tentación de una paz bajo presión Finalmente, el simbolismo no es neutro. Que esta decisión ocurra en vísperas del cincuentenario de la Marcha Verde no es una coincidencia: dota a la conmemoración de una resonancia política inédita. El rey mismo lo ha subrayado en su discurso —la página que se abre promete un «antes» y un «después»— y esta lectura encuentra un fuerte eco en las calles marroquíes y en las cancillerías. Pero precaución: un calendario simbólico no garantiza una paz duradera. Los logros diplomáticos deben traducirse en negociaciones exigentes, en garantías institucionales y en medidas concretas que mejoren la vida de las poblaciones saharauis. ¿Qué recordar, entonces? La resolución cambia la ecuación política y refuerza de manera duradera la posición marroquí. También alerta: el cambio de alianzas y la erosión del apoyo al Polisario abren la puerta a un reajuste regional —pacífico si prevalece la razón, violento si las frustraciones se cristalizan. La apuesta de Marruecos es ahora política y diplomática —convertir la victoria en la ONU en una paz concreta y estable— y eso requerirá método, concesiones específicas y sentido de Estado. Parafraseando el discurso real, la verdadera pregunta ya no es solo quién gana hoy en el Consejo de Seguridad, sino quién mañana sabrá transformar este momento en una solución sólida, aceptable y duradera para la región.