Desde escuelas de Casablanca hasta los micrófonos de Radio 2M en el programa especial «Marroquíes del mundo» en colaboración con Yabiladi, Rachid Benzine ha venido a Marruecos para presentar su última novela, El hombre que leía libros (editorial Julliard). El escritor e islamólogo despliega en ella una poderosa reflexión sobre la dignidad, la memoria y la resistencia a través de las palabras, en un mundo saturado de imágenes y violencia. La última novela de Rachid Benzine nos presenta a Nabil Al Jaber, un librero palestino nacido en 1948, que encuentra su refugio en los libros y las palabras en una Gaza arrasada. Frente a la avalancha de imágenes bélicas, Benzine defiende la escritura como un acto de resistencia: «Las imágenes terminan por insensibilizarnos. La literatura, en cambio, despierta la conciencia y devuelve humanidad a quienes intentan ser borrados». La obra entrelaza lo íntimo con lo político, el dolor con la dignidad. «Ante la deshumanización, la novela permite individualizar. Donde la política prohíbe la empatía, la literatura la hace posible», explica el autor. Para Benzine, escribir es un acto de desobediencia moral: «Las palabras no nos protegen de las bombas, pero preservan el principio de humanidad. Recuerdan que la muerte no tiene la última palabra». «Una sociedad sin confianza en las palabras se derrumba» Benzine subraya la fragilidad del tejido social en la era de la «posverdad», donde los hechos se diluyen en favor de las emociones. «Una sociedad que deja de creer en las palabras, que no respeta la palabra dada, está condenada al fracaso», advierte. Citando a Simone Weil, recuerda que «lo primero que se sacrifica en tiempos de guerra es el pensamiento». A través del personaje del fotoperiodista francés Julien Desmanges, Benzine también cuestiona la lógica mediática del espectáculo. «Los medios ya no se interesan por lo cotidiano. Fotografiar sin consentimiento es una forma de violencia», afirma. Esta relación con la mirada occidental es central en la novela: «Cuando Nabil le dice al fotógrafo 'Detrás de cada mirada hay una historia', nos invita a escuchar antes de juzgar». Los hijos del umbral Para Rachid Benzine, el librero de Gaza vive «en el umbral» —entre la cruda realidad y el refugio de los libros. «El umbral es un lugar de transición, ni dentro ni fuera. Es ahí donde debemos mantenernos: no negando lo real, pero sin sucumbir a ello tampoco». Este «umbral» se convierte también en una metáfora del papel de las diásporas y los intelectuales: «Los marroquíes del mundo, los escritores, los traductores… todos somos hijos del umbral. Conectamos los mundos». Los libros como patria portátil En El hombre que leía libros, las obras se convierten en compañeros de exilio: La condición humana de Malraux, La tierra estrecha de Mahmoud Darwish, El libro de Job. «Los libros nos eligen», dice Benzine. «Cuando Nabil lo pierde todo, se convierten en su patria portátil. Habitar un texto es seguir diciendo 'yo' frente a quienes quieren borrarte». La novela, que ya se traduce a dieciséis idiomas, resuena a nivel mundial. «He recibido mensajes de palestinos que me dicen simplemente 'gracias por contar nuestra historia'. Esto demuestra que la literatura, a través de lo sensible, recrea un espacio común, más allá de las fronteras». Para Rachid Benzine, la lectura sigue siendo un acto vital: «Leer es rechazar la deshumanización. Es preservar en uno mismo un espacio inviolable, el del espíritu. Las palabras no salvan los cuerpos, pero salvan el alma y la memoria». Una lección simple y profunda: cuando las bombas destruyen las casas, los libros quedan para albergar la humanidad.