Un torneo con los colores de Marruecos, el Congo, Mali o incluso Francia. Cerca de París, más de 200 adolescentes se congregaron en el parque deportivo Henri-Longuet para participar en una Copa de las Naciones distinta a las habituales. El objetivo del proyecto: crear lazos entre barrios y desactivar tensiones. Ludovic Danga, coordinador juvenil en la MJC Les Passerelles, observa nuevas dinámicas entre los participantes. «Al formar equipos por países, los jóvenes rompieron los clanes. Buscaron jugadores más allá de su barrio», comenta con satisfacción al Parisien. En las gradas y en el campo, jóvenes de familias originarias de Marruecos y otros países, unidos por el fútbol. Pero el balón era solo un medio. Durante toda la semana, debates y talleres abrieron el diálogo sobre la violencia entre barrios. De hecho, Ludovic explica que «una quincena de ellos también participó en un coloquio titulado "¿Qué es una Rixa?"». «Las rixas se han banalizado, es como si se hubieran convertido en algo normal», admite Micael, de 17 años, quien lleva en la muñeca una pulsera "Alto a las rixas" distribuida a los participantes. «Antes de trabajar en el tema, yo también podía banalizarlas, aunque no participara en ellas», añade. Para él, su pulsera, un objeto simple en apariencia, significa mucho. «Eso quiere decir que somos una gran familia», confía el joven. No importa la ciudad o el país, dice, es el fútbol el que une. Otra adolescente comparte su testimonio: Rita, de 14 años. Nunca ha estado involucrada en una rixa, pero insiste en recordar que detrás de estos enfrentamientos hay vidas destrozadas. «Hay que pensar en las consecuencias de las rixas. Esas consecuencias son la muerte, la prisión y los heridos», recalca. El evento fue concebido por el centro de formación Restart'Up, fundado por Boro Doucouré, y financiado con 14,000 euros por el Estado en el marco de las ciudades educativas. Para Boro, el diagnóstico es simple: los adolescentes más jóvenes, a menudo excluidos de los torneos de verano como las CAN de barrio, quedan abandonados a su suerte. Había que incluirlos, al igual que a las chicas. Por estas razones, llamaron a este evento deportivo «la Copa de las Naciones», explica. Conquistado por el proyecto, el alcalde Jean-Marie Vilain vio en él una alternativa creíble. «Pasamos nuestro tiempo buscando soluciones. (...) Aceleramos el proceso, pero valió la pena», estima. En el césped, las camisetas se mezclan, las sonrisas también. Una juventud plural, marroquí o no, que intenta escribir otro guion, más pacífico.